Luces azules invaden la ciudad. Pasan veloces a mi alrededor, incansables. Las miro con asco mezclado con indiferencia, y sigo andando. De vuelta a casa. Cuesta arriba.
El sudor empapa mi mente. Los pensamientos surgen pesarosos, pero nada pegajosos, al contrario. Se escurren con cansancio, resbaladizos. Quizás por eso sé que mi memoria podrá retenerlos. Porque dejan rastro, como babosas en la pared.
Huelen a césped recién cortado. No es un olor desagradable, así como el del plátano podrido que explota dentro de un armario, pero mi olfato lo rechaza.
Huelen a humedad. Los muros de la cárcel cerebral impiden el paso del aire y no hay oxígeno. Se ahogan, lentamente, y lo saben. Y no les importa. Ya no sienten el anhelo de la libertad.
Sí. Huelen a verano.
A verano en Madrid.
Ils ont peur de la liberté...
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