Sempre endavant

Sempre endavant

domingo, 19 de septiembre de 2010

Llegué tarde. Algo extremadamente inusual. Y allí estaba. Esperando. Solo. Era el principio de una noche que se presentaba por lo menos diferente. Y que acabó siendo única, como todas las noches.

Fuimos a comprar unas litronas. "No tenemos frías". Pues compremos kalimotxo. "No hay vino". Genial. Vamos a otro sitio. "No vendemos alcohol a partir de las 10 de la noche". Bien. Otro más. Tres litronas. "Sin bolsa, llevamos mochila". Una vez provistos de líquido para el cuerpo nos sentamos en unos escalones sospechosamente mojados; los ánimos no parecían acompañar esa velada.

Vi la policía que se acercaba. Dejamos la litrona que habíamos empezado en el escalón de arriba y seguimos charlando. En nada y menos el parque se vació de gente. Nos quedamos nosotros y tres chicos más, y empezó la función. Recogieron toda la bebida que había dejado la muchedumbre al irse por patas y la tiraron a la basura. Increparon a la chica que estaba a nuestro lado por ser "simpática, ay qué simpática es la chica esta, que ni fuma ni bebe". Hostilidad. Como si fueran superiores por llevar en la cintura una porra y en el cuerpo un uniforme del que seguro se sienten orgullosos pero que todo el que tenga un poco de amor propio encontraría ridículo. Se fueron después de pedirnos si habíamos estado fumando marihuana. Pues va a ser que no señor a-gente.

Como por arte de magia, el parque volvió a llenarse. Llegó más gente. Después de reirnos ante la posibilidad de volvernos antes de que cerraran el metro apareció un grupito que nos ofreció speed. "No, gracias". Y a partir de ahí cambió el rumbo de nuestras ganas de seguir estando, de seguir siendo, de seguir admirando la noche desde nuestros respectivos puestos de neutros observadores. "Falta música", recuerdo que dije. Y al cabo de unos minutos vimos unos chicos con instrumentos. ¡La música había venido a nosotros! Así que seguimos bebiendo (no lanzaron la litrona que teníamos empezada) y fumando y riendo y charlando y subiendo un escalón porque la marea estaba bajando.

No volvieron a molestarnos hasta un par de litronas más tarde. Policía. Los municipales de antes, más tres o cuatro motos. Con sus respectivos a-gentes subidos en ellas, con sus cascos absurdos sobre las cabezas (que digo yo que podrían quitárselo cuando bajaran de la moto). Otra huída masiva. "Cobardes", gritaba una chica a nuestro lado. "Sois unos cobardes, no os vayáis, maricones". A lo que un municipal con cara de soyintocablehijadeputa le pide la documentación. Parece ser que se sintió aludido por alguno de los adjetivos que había gritado la chica. No sé por qué será. Y entonces más hostilidad. Documentación, multa, discusión, siénteseynometoqueloscojonesqueyosoylapolicíayloquedigayohayquehacerlosinrechistar.

Al ver que no era posible desenredar semejante malentendido, que había acabado degenerando en discusiones por la bebida ("señorita tire esa lata en la papelera ahora mismo" "aún no me la he terminado, ahora la tiro, no se preocupe" "señorita le estoy poniendo una multa por beber en la calle, así que es de cajón que tiene que tirarla AHORA"), nos fuimos dejando nuestra última litrona casi entera. De camino a ningun destino concreto, nos encontramos una botella de vodka, hielos, un par de vasos limpios y un par de botellas de fanta de naranja empezadas. Un regalo al que no hicimos ascos. Aunque yo me compré una lata de cerveza porque es bien sabido que soy un poco addicta. Nos sentamos en la calle, y estuvimos charlando de buenas durante un buen rato hasta que llegó de nuevo la hostilidad. Esta vez no iba de uniforme. Un hombre que claramente no sabía beber aun con la experiencia que tendría que tener, empezó a pegar a un chino que estaba vendiendo cervezas. ¿Motivo? Ni lo sé ni quiero saberlo, porque entonces mi enfado seguramente hubiera augmentado a límites desconocidos. El pobre vendedor pegó al tipo con su bolsa de latas y hubo una pelea delante de nuestras narices. El vendedor se cayó a mi lado (estuvo a punto de caerme encima) y el borracho asqueroso fue a por él. Me tiraron la cerveza. Me violentaron hasta puntos insospechados. Me levanté y sé que grité. Nada coherente. Simplemente quería que pararan. Que lo dejaran. Que nos dejaran en paz. Cogimos nuestras cosas y nos fuimos, yo soltando mierda por la boca y Marcos intentando calmarme.

Pero aun con todo lo que pueda parecer, estaba tranquila. Estaba sonriendo. Hicimos planes de futuro no muy lejano, y después de tres cubatas y algunos paseos más, nos fuimos al metro porque la noche había tocado la campana de su punto y final.



¿Moraleja? Pues quizás no hay, pero qué más da.

3 comentarios:

  1. Ahm, al chino no le pasó nada. Un amigo del borracho de mierda consiguió calmarlo y que dejara al vendedor en paz. Y luego fue a pedirle disculpas. El amigo, no el borracho.

    Eso sí que tiene gracia.

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  2. Lamentable. La noche madrileña (como la de muchos otros lugares, imagino), se caracteriza por lo lamentable...
    Sobre la policía...un día dedicaré una entrada a divagar sobre qué hace a un ser creerse superior por llevar una porra y por qué la gente vive tranquila sabiendo que hay asesinos a sueldo al servicio del estado.

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  3. Esto último es lo más interesante del caso. Parece que nos hemos creído que la represión es seguridad... en fin. Voy a esperar con ansias esta reflexión, que no dudo que valdrá la pena!

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