Sempre endavant

Sempre endavant

sábado, 18 de septiembre de 2010

Estaba nerviosa. Era el primer día que iba a clase después de todo lo acontecido. ¿Cómo la miraría la gente?

- ¿Quieres que te acompañe?
- Da igual. No te preocupes. Puedo hacerlo sola.
- Bueno, estoy despierto ya, así que vamos.

Se encaminaron hacia el metro. Ella estuvo pendiente por si alguien la reconocía. No le pareció que lo hicieran, se había cortado el pelo, se lo había teñido de negro y había adelgazado bastante. Llegaron a la cafetería de la facultad y Edu se paró.

- Quédate a desayunar si quieres, ya subo sola.
- Ni en broma,-dijo muy serio Dani- hoy voy a clase contigo.
- No quiero que piensen que me haces de hermano mayor…

Dani se echó a reír y con una sonrisa irónica le preguntó:

- ¿No te da miedo que piensen que soy otra cosa?

Edu le miró divertida. Le debía tanto…

- No me preocupa. Lo máximo pensarán que me aprovecho de ti gracias a mi situación.
- O pensarán que soy yo quien se está aprovechando…

Se miraron con ternura y se abrazaron. Edu sintió las lágrimas golpeándole el pecho y le soltó. No podía llorar.

- Vamos.

Llegaron a clase, y cuando entraron, se hizo un silencio sepulcral. Todo el mundo les miraba. Todo el mundo la miraba. Fueron a sentarse a la última fila y el profesor reanudó su lección. Edu se esforzó por prestar atención, pero sin darse cuenta cogió la mano de Dani para sentirse segura. Tomó algunos apuntes obviando las miradas curiosas e inquisitivas de sus compañeras y compañeros. Algunas de ellas estaban teñidas de preocupación. Cuando el profesor se fue, se le acercaron Sara y Oli para darle un abrazo. La besaron en la mejilla y le sonrieron débilmente.

- Bienvenida a casa.
- Te hemos echado de menos.



Todo parecía igual. Nada había cambiado en apariencia. Las bromas de siempre, las cervezas, los cafés, los cigarros aliñados, el humo alegre saliendo de grandes bocas sonrientes. Pero había un vacío. Un abismo. Un secreto a voces silenciadas. Algo de lo que no se quería hablar: la historia de Edu.

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Se despertaron. Ella con los ojos hinchados. Él con los dedos enredados en el pelo de ella. Estaban cara a cara, y se dieron los buenos días a media voz.

- ¿Qué tal estás?
- Bien…
- Has tenido pesadillas.
- Lo siento.
- No digas eso. Ven aquí.

La acercó suavemente hacia su pecho, y así se quedaron un buen rato. Sin decir nada. Él mirando al techo, acariciándole la espalda. Ella con los ojos cerrados, dejándose perderse entre los cuidados de él. Sentía cómo latía el corazón de Dani. Y le gustó.

- ¿A qué hora hemos quedado con éstas?
- Pasarán por aquí, no sé, estarán al llegar.
- Entonces sería mejor que nos levantáramos. Oye, si quieres quédate tu y descansa un poco, voy a ducharme en un plis.
- Las toallas están colgadas, coge la que quieras.

Se levantó, entró en el baño y se duchó con agua caliente. Sentir cómo caían las gotas por su cuerpo la liberó de la pesadez de las lágrimas olvidadas de la noche anterior. Cuando salió, se vistió y fue a la cocina a preparar café para dos. Luego bajó al horno y compró coca. Al entrar en el piso de nuevo, Dani estaba en el sofá liándose un porro.

- ¡Has ido a comprar!
- Claro, un buen desayuno anima a cualquiera.
- Pero habría ido yo, eres mi invitada…
- Ya has hecho suficiente.

Desayunaron entre risas y reggae. Lavaron los platos y llamaron al timbre. Eran éstas. Vio como Sonia se aguantaba un hipo sospechoso.

- Vamos a dar una vuelta. Quiero un poco de aire fresco.

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La casa de Dani era lo más acogedor que hubiera podido imaginar. Cuando llegaron, ella estaba aún en estado de shock. Le puso música tranquila y la ayudó a sentarse en el sillón, mientras hacía algo de cena.

- Lo siento, no te estoy ayudando nada…
- Ni se te ocurra levantarte. Hoy eres mi invitada.

Miraba a ese chico y no podía ordenar las palabras que le hubiera gustado gritarle. El gracias no era suficiente. Nunca lo sería… Vio cómo preparaba una ensalada de tomate queso y lechuga, cómo le servía un vaso de gazpacho y ponía unas rebanadas de pan a la tostadora. Le preguntó si quería hacerse un porro. Ella aceptó encantada. Necesitaba desconectar. Mientras fumaba, seguía mirando los movimientos de él, gráciles, seguros, al ritmo de la música; sacar dos platos, ponerlos sobre la mesa, repartir la ensalada, a la tostadora, coger el pan, poner una rebanada en cada plato, mirarla, sonreír.

- Vamos a comer en el sofá.

Se sentó a su lado, le pasó el plato con la cena y a cambio ella le pasó el canuto. Se quedaron en silencio durante unos segundos. Comieron un poco, y guardaron lo que sobró en la nevera, para la comida del día siguiente. No estaba aliñado así que aguantaría bien. Volvieron a tirarse al sofá. Dani se hizo otro porro, y cuando se lo pasó rozaron sus dedos con los de ella, que se estremeció. Hablaron de música, de teatro, de cine. Se rieron de la nada, eso que tanto nos pesa a veces. Y luego el silencio de nuevo.

- Mañana voy a encontrar curro. De lo que sea, te lo prometo.
- No hay prisa Edu, de verdad. Tómate unos días de relax, vamos a ir a pasear.
- ¿Saben éstas que estoy aquí?
- Sí, se lo dije a Vero, vendrán a verte el miércoles. ¿Te apetece?
- Mmmh… Supongo que sí. En el fondo me da un poco de miedo. No quiero que la gente se compadezca de mí.
- Se preocupan. Es diferente.
- Lo sé… lo sé. Bueno, creo que voy a dormir porque estoy un poco cansada…
- Pues vamos, yo también estoy cansado.
- ¿Vamos?
- Claro, no pensarás dormir en el sofá. Tengo una cama grande.
- Pero ya soy suficiente molestia viniendo aquí con todo el morro del mundo…
- Mira, mejor cállate y ven. Esta noche no te voy a dejar llorando sola en el comedor.

Edu se lo miró y sintió una punzada en el estómago.

- ¿Por qué haces todo esto por mí, Dani?

Él la miró, le acarició la mejilla, la cogió de la mano y se levantó. Ella aún estaba esperando una respuesta sentada en el sofá.

- ¿Por qué lo haces? En serio.
- ¿Qué responderías si la situación fuera la contraria y yo te preguntara lo mismo?

Estuvo meditando esa pregunta varios segundos y al final se levantó con una media sonrisa en el rostro. Era la mejor respuesta que le podrían haber dado.

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Llevaba dos días mandando curriculums y buscando pisos por Internet. No encontraba nada. Oyó el timbre, pero ni se inmutó. Fue a abrir su compañero de piso, y después de responder llamó suavemente a su puerta.

- Edu, es para ti.
- ¿Para mí?
- Sí, un tal Dani…

Se quedó sin habla. ¿Dani? ¿En su casa? Esperó sentada a que llegara. Él entró en la habitación. Nunca antes había estado allí.

- Pedí la dirección a Oli, suerte que aún se acordaba. Estás completamente inaccesible.
- No tengo móvil.
- Lo sé, por eso he venido aquí. ¿Cómo estás?

De repente el mundo se le cayó encima. Y dio rienda suelta a todo el bullicio que la ahogaba por dentro.

- Tendré que irme de aquí, –dijo con lágrimas en los ojos- no tengo dinero para pagarme un piso. Además, ¿quién querrá darme curro? Tengo un juicio pendiente.
- Venga ya, seguro que alguien te da una oportunidad. ¿Cómo está tu madre?- le preguntó, cogiéndola de la mano suavemente.
- Fatal. Tengo miedo…
- ¿No vas a ir a verla?
- Creo que es mejor que no. Al menos no de momento. Los días que estuvo aquí ella casi me miraba con odio. Piensa que he sido yo la responsable…
- ¡Cómo va a pensar eso!
- Tiene sentido. Si no me hubieran detenido…
- La detención fue muy irregular. Lo sabes bien. Y no tendrían que haberte tocado. Tu padre reaccionó. No eres la responsable, eres una víctima.

Edu se echó a llorar. Dani la abrazó. No podía imaginarse por lo que estaba pasando. Ver cómo asesinan a tu padre…

- Vamos Edu, vente a mi casa. Quédate el tiempo que haga falta. He venido a buscarte.

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Flashes, cámaras, micrófonos, periodistas sedientos de una exclusiva interesante.

- ¿Quieren hacer alguna declaración? ¿Qué les ha parecido el juicio?
- Dejad a mi madre en paz.
- ¿Les parece suficiente la indemnización? ¿Cómo se sienten?
- La indemnización nunca será suficiente.
- ¿Y qué hay de la pena que les han impuesto a esos policías? ¿Les parece justa?
- Nada va a devolver a mi padre a la vida.
- ¿Quiere decir algo a las cámaras? Por favor, ¿alguna declaración?
- No. Sí. No. ¡Qué coño! Sí. Una persona ha muerto. Se pueden meter su sucio dinero por donde les quepa. No pueden dar precio a una vida. Y tampoco pueden esperar que con eso tengamos suficiente. ¿Justicia? Me río de ella. Le escupo a la cara. No existe la justicia cuando se le da poder a una fuerza de inseguridad. Sí. De inseguridad. Pueden poner lo que les salga del coño en sus portadas repletas de mentiras, no las voy a leer.
- Esto es Tele5 señorita.
- Entonces manipulen como les de la gana mis palabras. Es algo que sabéis hacer de sobra.
- Le pido un poco de respeto, creo que hemos sido bastante respetuosos con usted y con su familia.
- ¿Respetuosos? ¿Se le llama respeto a abordar a preguntas estúpidas a personas que tienen mejores cosas que hacer? Por ejemplo llorar una pérdida. No se las den de humanos, señor, los periodistas hace tiempo que se prostituyeron. Si tenemos algo que decir, no se preocupen que lo haremos a nuestra manera. Eso no va a quedar así.
- ¿Es eso una amenaza señorita Edurne? ¿Van a cogerse la justicia por su mano?
- ¿Una amenaza? Claro que no. O puede que sí.
- ¿Les desea la muerte a esos policías?
- ¿Ve lo que le quería decir antes? Preguntas estúpidas. Si no deseara la muerte a los responsables de la muerte de mi padre sería una ameba sin conciencia. Sin sentimientos. Pero eso no quiere decir que vaya a matar a nadie. No soy una asesina. Yo no.
- ¿Está llamando asesinos a esos policías?
- Yo no he dicho eso. No tergiversen mi discurso.
- ¿Quiere añadir algo más? ¿Qué le ha parecido la pena?
- Pues una pena. Qué coño quiere que le diga. Como le he dicho antes, nunca será suficiente. En dos días estarán en la calle. Pero ellos se lo han buscado. A la gente le gusta generalizar, ¿no? Pues adelante. Han manchado el nombre de la policía. De nuevo. Espero que la gente empiece a pensar en serio la inutilidad de ese cuerpo de represión. A mí no me gusta generalizar, pero hasta que no encuentre un policía que me sepa explicar por qué pasan estas cosas a menudo, voy a guardarles rencor. Sí. Puedo perdonar hasta cierto punto. Soy de las que perdona pero no olvida. En este caso, al no olvidar no puedo perdonar. Han sobrepasado sus propios límites.
- ¿Quiere decir que a menudo la policía asesina a gente?
- ¿Asesina? ¿No ha decidido el jurado que había sido un accidente trágico, una muerte involuntaria?
- ¿Y está usted de acuerdo con esto?
- No voy a responder más preguntas. Piensen un poco por sí mismos, no les voy a dar todo masticado.

Cogió a su madre por los hombros y subieron a un taxi. En cuanto cerraron la puerta, se abrazaron. Ana iba al pueblo, se quedaría con la indemnización. Edu tendría que apañárselas para seguir en Madrid y acabar la carrera. Lo habían decidido así. Sus hermanos ayudarían a la madre a seguir adelante.

- ¿Estás bien, mamá?
- No tendrías que haber dicho nada ante las cámaras.
- Lo sé, pero me han puesto muy nerviosa…
- ¿Vendrás a vernos?
- Sabes que sí, pero de momento no. No tengo dinero.
- Quédate con una parte de la indemnización, no seas cabezota.
- No quiero ese dinero. Tú lo necesitas más que yo.
- ¿Has hablado con Juan?
- Sí. Le he dicho que no podría pagar más el piso. Me ha dicho que no pasaba nada, que lo entendía, y que si podía hacer algo por mí… pues que eso. Voy a quedarme en la habitación un par de días más, y luego no sé. Ya veré.
- Vente al pueblo.
- No puedo. Lo sabes. Aún es todo muy confuso. Quiero acabar la carrera. Y sé que el tenerme cerca te hace daño.
- No digas eso.
- Mírame a los ojos y dime que no me culpas por la muerte de papá.

No lo hizo. No podía. Todavía no.

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Se despertó sudando. Había vuelto a tener la misma pesadilla. Miró distraídamente el calendario. Hoy hacía dos años que murió su padre. Se incorporó, se frotó los ojos aún adormecidos y se quedó pensativa. Miró el despertador. Eran las 6 de la mañana, y no entraba a currar hasta las 8. Tenía tiempo de sobra. Se levantó de la cama de un salto y se sentó en su escritorio. Cogió un bolígrafo y empezó a escribir.

Estaba en la comisaría. Me llevaron a una habitación para hacerme unas preguntas. Fue monstruoso. Una lluvia de de golpes cayó encima de mi cuerpo. No recuerdo muy bien lo que pasó. Creo que me preguntaban por algunos nombres. Querían que les diera las identidades de las personas que habían trabajado conmigo. No entendían que lo había hecho sola. Aullaba, me cubrí la cabeza con las manos. Recuerdo sentir humedad en los pantalones. Sus risas me pusieron la carne de gallina. Estaba arrinconada contra la pared, sin poder hacer ningún movimiento. No podía pensar en nada, sólo quería salir de allí. No sé cuanto tiempo pasó, pero me llevaron a rastras hasta otra habitación con una cama y me soltaron como si fuera un deshecho humano. “No vas a irte de aquí hasta que no colabores.” Me dijeron. Y cerraron la puerta. Me dormí en el suelo, tiritando. Estaba entumecida, creo que tuve fiebre. Al día siguiente me llevaron de nuevo a la sala donde me habían interrogado. Tenía miedo. Miedo y rabia. Quería hacer una llamada, avisar a alguien, denunciar las agresiones. Esa vez me trataron con máximo respeto. “¿Quieres un poco de agua?” “¿Tienes hambre?” “¿Un cigarrillo?” No entendía el cambio repentino. Supuse que les habían llamado la atención desde arriba. No podían tratar así a una detenida. Supuse… “Quiero hacer una llamada.” “En cuanto nos digas quién trabajó contigo.” “Nadie me ayudó.” “Entonces dinos por qué lo hiciste.” “No hice nada malo.” Se fueron de la sala, uno de ellos parecía a punto de estallar, pensé que volverían a pegarme. Pero no fue así. Volvieron al cabo de un rato, no sé cuánto tiempo pasó. “Ven conmigo,” me dijo uno de ellos, “puedes hacer esa llamada.” ¿A quién podía llamar? No quería alarmar a mis padres. Pero no tenía más opción que hacerlo. “Papá, estoy en comisaría, sí, no, no te preocupes, no sé lo que quieren, no, no he hecho nada malo papá, de verdad, no sabía a quién llamar, ¿venir?, pues no sé, yo creo que me van a soltar en breves, no tienen nada con lo que acusarme, solo unos panfletos, sí, escribí algunos, no he hecho nada más, te lo prometo, supongo que tendré un juicio, pero hasta entonces me dejarán marcharme, digo yo, sí, bueno vale, entonces nos vemos mañana, hasta mañana papá, y gracias.”
Me miraron con escarnio cuando colgué el teléfono. “Tu padre tendrá que pagar una fianza para que puedas salir.” “¿Una fianza? ¿Por haber escrito unos panfletos? No entiendo nada…” “Pues empieza a entender niña, que aquí uno no puede hacer lo que le salga de los cojones.” Me quedé a dormir una noche más allí. No podía irme hasta que pagaran la fianza. Menudo sistema de mierda. Me despertaron diciéndome que mi padre ya había llegado. Que había pagado la fianza. Que podía irme. Pero tenía que quedarme en Madrid a la espera del juicio. Cuando salí y vi a mi padre, se me negaron los ojos de lágrimas. Le abracé, sabiendo que le había defraudado. Pero no era decepción lo que leí en sus ojos, si no más bien un odio profundo. “Quién te ha hecho esto.” Me cogió la barbilla y levantó mi rostro para mirarme a los ojos. “Quién te ha hecho esto.” “Me interrogaron.” “Nadie puede tocarte, ¿lo sabes? ¿QUIÉN LE HA HECHO ESTO A MI HIJA?” Empezó a gritar. Le dije que se tranquilizara. Vinieron unos policías a calmar a mi padre. Pero él estaba fuera de sí. “NO PUEDEN PEGAR A LA GENTE, ¿QUIÉN OS HABÉIS CREÍDO QUE SOIS?” “Cálmese señor, su hija no colaboraba y se puso violenta, los guardas tuvieron que defenderse.” “Eso es mentira agente, me pegaron mientras me hacían las preguntas.” Intentaron coger a mi padre, y él se enfureció. Todo fue muy rápido. Tan rápido… Y aún así lo recuerdo a cámara lenta. Mi padre gritando a un policía, otro que llegó corriendo por detrás con la porra extendida, lista para darle a mi padre en la cabeza, mi padre cayendo al suelo, patadas, otros porrazos, un charco de sangre. Mi padre inmóvil. Mi padre muerto.


Dejó de escribir. Se rascó la cabeza. Tenía que ducharse e ir a trabajar. Leyó lo que su bolígrafo acababa de parir, y rompió el papel. No. Esto merecía algo más. Más grande. Un buen relato. Se levantó de la silla con un profundo suspiro. Tendría que llamar a su madre.

- Buenos días…
- Voy a trabajar, quédate durmiendo.
- ¿Qué estabas haciendo?
- Nada, quería escribir la historia, pero no puedo. Me faltan palabras.
- Has vuelto a tener pesadillas.
- Lo sé, lo siento.
- No digas eso. Ven aquí…

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